La tolerancia a la frustración en niños y adolescentes
La dificultad para tolerar la frustración es probablemente la demanda que más abordo en mi consulta. Por eso hoy te quiero explicar que es exactamente lo que significa la tolerancia a la frustración, cuál es su causa y cómo puedes ayudar a tu hij@ a gestionarla.
La frustración es una emoción que deriva de la ira y que aparece cuando no se cumplen las expectativas que tenemos en relación a una situación. Por ejemplo: “Quería ir a ver la cabalgata de los reyes magos y no voy a poder”.
Y esta emoción, aparece tanto si lo que sucede depende de nosotros como si no. En definitiva, la frustración viene cuando la realidad no se corresponde con nuestras expectativas.
No podemos decir que esta emoción sea buena o mala, hablaremos siempre de si es adaptativa o desadaptativa.
Será adaptativa cuando nos lleve a querer resolver algo. Al ser una emoción derivada de la ira, nos trae la energía de querer luchar por aquello que queremos. Así que, en ocasiones, la frustración puede ser adaptativa y por eso decimos que después de algo que nos frustró mucho obtuvimos un gran crecimiento personal.
No obstante también, en muchos casos, puede convertirse en desadaptativa y provocar un gran malestar sobretodo cuando no hay una buena gestión emocional. Una frustración mal gestionada lleva consigo síntomas relacionados con la depresión y la ansiedad.

¿Qué es la tolerancia a la frustración?
La tolerancia a la frustración está relacionada con la capacidad de afrontar los obstáculos de la vida y las molestias o incomodidades que pueden causarnos. Es una actitud que empieza a desarrollarse en la primera infancia. Su buen desarrollo dependerá de la personalidad que tenga el niñ@, la relación con el entorno y el estilo de crianza que recibe.
Sin embargo, al tratarse de una actitud es algo que podemos trabajar y mejorar durante toda nuestra vida.
¿Por qué cada vez más niños y adolescentes presentan una baja tolerancia a la frustración?

Una época díficil
En primer lugar, hay que entender que les ha tocado vivir en una época difícil. La pandemia ha cambiado nuestra forma de vivir y de ella se han derivado diferentes circunstancias que, por supuesto, afectan en su día a día: “mis padres están estresados”, “no se si mañana voy a ir al cole”, “no puedo quedar con mis amigos”, “me aburro”, “me agobia la mascarilla”, “en el patio no puedo estar con mi mejor amiga”… y con tanta incertidumbre y prohibición es normal que la labilidad emocional y el nivel de estrés aumenten.
La sociedad de la inmediatez
En segundo lugar, el ritmo de vida actual es frenético. La llamada sociedad de la inmediatez no ayuda a promover una buena gestión de la frustración. No sabemos esperar; si quiero ver una película en concreto puedo reproducirla en cuestión de segundos, si quiero jugar a un juego nuevo me lo descargo en tres minutos: Puedo cubrir mis necesidades de forma inmediata.
Resulta cada vez mas frecuente observar a niños y adolescentes que tiran la toalla si no alcanzan el éxito rápidamente, bien sea pintando un dibujo o practicando algún deporte. Debemos proporcionarles herramientas para resolver los conflictos que se encuentren en su camino ya que hay muchos aspectos en la vida que se cuecen a fuego lento y requieren esfuerzo, constancia y paciencia.
Sobreexposición a pantallas
En tercer lugar y no menos importante es el aumento de exposición a las pantallas que, como diferentes estudios corroboran, no ayudan a desarrollar la tolerancia a la frustración.
Las pantallas son verdaderas bombas de dopamina, una sustancia conocida como la “hormona del placer”. Cada vez que recibimos un like o ganamos una partida, se produce una descarga de esta hormona en nuestro cerebro que nos provoca satisfacción y nos empuja a querer mas. Este mecanismo de recompensa es igual al de otras adicciones como el sexo y las drogas. Por ello resulta imprescindible hacer un uso responsable, poniendo límites en el tiempo de exposición y ejerciendo un control parental sobre aquello que consumen.
¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a gestionarla?
Como he dicho anteriormente, el estilo de crianza es una pieza fundamental en el desarrollo de la tolerancia a la frustración. Ambos estilos, autoritarismo y permisividad no ayudan al niño a un buen desarrollo de ésta.
El autoritarismo no atiende a las necesidades del niño y esto le hace sentir muy frustrado, mermando su autoconfianza y autoestima. Y por otro lado, la permisividad conlleva la ausencia de límites generando inseguridad, falta de estructura, constancia y esfuerzo.
Lo cierto es que a muchos adultos nos cuesta poner límites. Probablemente porque nuestra crianza se basó en el autoritarismo donde nuestras necesidades no eran escuchadas y por ello ahora buscamos la manera de no caer en los mismos errores (el castigo, la amenaza, la humilliación…).
Sin embargo, con el afán de escapar de ese autoritarismo nos acercamos a la permisividad y nos vemos con la dificultad en la puesta de límites. “¿Estaré siendo muy dura?”, “¿Estoy valorando sus necesidades?” o “Me duele mucho verle sufrir cuando le digo que no”. Son algunas de las ideas que nos pasan por la cabeza cuando hablamos de límites.
Los límites son imprescindibles. Debemos entenderlos como un acto de amor hacia nuestros hijos. Les ayudan a sentirse seguros, a orientarse hacia sus objetivos, a tener paciencia y a aprender a resolver conflictos, además de ayudar en su gestión emocional.

A día de hoy tenemos la oportunidad de establecerlos desde la confianza y la cooperación. El respeto por aquello que queremos transmitir no podremos ganarlo en ningún caso imponiendo, obligando o haciendo chantajes emocionales, sino más bien a través de la admiración.
Y esto pasa por inculcar valores desde el respeto, la seguridad y la consecuencia sobre aquello que decimos y hacemos. Si perciben que nuestros actos son firmes, consistentes y con amor será más probable que consideren lo que nos preocupa y el que queremos transmitirles.
También es necesario escuchar y considerar sus necesidades; ¿por qué sufren?, ¿por qué lloran?, ¿por qué se quejan?… y aprovechar estas situaciones para establecer diálogos respetuosos dónde aportar nuestros límites con firmeza. (Recuerda que la firmeza es la seguridad del adulto y no tiene que ver con el enfado.)
Resulta indispensable crear una relación de calma y de paz, para que se contagien de ella y donde puedan encontrar el el equilibrio del bienestar. Es aquí donde ganaremos su confianza y lograremos que se establezca una admiración. Es aquí donde los límites pueden ser recibidos como acciones beneficiosas para ellos y no como imposiciones vacías de contenido.
En resumen, poner límites desde la firmeza y el cariño, enseñarles a saber esperar, el valor de la constancia y la resolución respetuosa de conflictos le ayudarán a desarrollar una adecuada tolerancia a la frustración para hacer frente a las diferentes curvas que se presenten en su vida.